La central hidroelectrica de seira

 

 

 

La central hidroeléctrica de Seira Texto y fotos: Jesús Ávila Granados www.jesusavilagranados.es 12 de Febrero de 2013 Coincidiendo con la Gran Guerra (1914-1918), en Seira, en el Pirineo de Huesca, se llevó a cabo la más ambiciosa construcción de una línea novedosa en nuestro país, y pionera en el resto de Europa, con sólo algunos precedentes en Norteamérica. Con ello, esta población, a orillas del río Ésera, protagonizaría un cambio radial en las formas de vida de la comarca, que habían logrado mantenerse con pocos cambios desde la Edad Media. Hoy, un siglo después, visitar Seira constituye, al mismo tiempo, toda una lección de historia y de economía, de arte y costumbrismo, porque son muchos los lugares que evocan aquel frenesí vivido por miles de trabajadores, llegados de todos los rincones de la geografía española, y también de otros puntos de Europa, quienes, trabajando sin límites, lograron hacer realidad la gran revolución de la conquista de la energía eléctrica a través de la fuerza del agua. Todo pudo llevarse a cabo a consecuencia de una estrecha coordinación, y un funcionamiento perfecto a modo de colonia industrial, cuyas instalaciones pueden actualmente visitarse siguiendo un agradable itinerario, empezando por el Museo de la Electricidad, que se halla en los bajos del Ayuntamiento, hasta la Central Hidroeléctrica, donde pueden apreciarse las gigantescas turbinas, sin olvidarnos de los demás centros de trabajo que nos ayudan a comprender mejor la gesta que, hace un siglo, se llevó a cabo en esta pequeña localidad de la comarca aragonesa de la Ribagorza. ---===ooo0ooo===--- Seira, a 120 km al norte de la ciudad de Huesca, al sur del espléndido valle de Benasque, sobre la ladera derecha del río Ésera, es un pueblo de escasos 156 habitantes, que pasaría desapercibido para el viajero que busca afanosamente las pistas de esquí de Cerler, si no es consciente que allí, en aquel paradisíaco enclave de la Ribagorza, hace un siglo, miles de trabajadores llevarían a cabo la más ambiciosa construcción de central hidroeléctrica en nuestro país, dando lugar a la línea de alta tensión más larga y potente de Europa. Por ello, y no sólo para los amantes de la ingeniería hidráulica, aconsejamos que haga un alto en el camino, y, sin prisas, visite los lugares que, con esta faraónica obra, que le costó la vida a numerosos obreros, estuvieron relacionados (Museo de la Electricidad, Casas del Jefe, Iglesia Parroquial, Barracones, Círculo Recreativo y la Central Hidroeléctrica; todo ello, a pocos metros de la N-260, y sobre la orilla izquierda del Ésera. El pueblo medieval sigue latiendo a su ritmo, sobre una colina que domina la orilla opuesta del río, en torno a una iglesia románica que ofrece un crismón en su portada, en cuya órbita tiene grabada, paradójicamente, la estrella de David. Y es en esta posición, desde donde el viajero puede contemplar mejor la grandiosidad espacial del valle, con el rectilíneo núcleo moderno, que se adapta a la carretera que enlaza Benasque con Campo y Graus, y las instalaciones que formaron parte integrante de la Central Hidroeléctrica de Seira. Los orígenes del gran cambio “…Se disponen a su recolección [de la cosecha de cereales] las mujeres y los niños, por cuanto los hombres todos salen a la tierra baja a ganar con su frente sudorosa el pan para sus esposas e hijos”, con estas palabras nos sintetiza José Antonio Cubero Guardiola, trabajador de la Compañía Hidroeléctrica y estudioso del tema, los primeros años del siglo XX, cuando en estas apartadas tierras del Pirineo de Huesca subsistir era una tarea harto difícil. Las constantes temporadas de inundaciones y prolongadas y extremas sequías, destruían todas las cosechas. Recordemos que la economía de estos pueblos del Alto Aragón era, esencialmente, de autoconsumo; las escasas producciones de cereales, huerta y frutas, junto a una cabaña ganadera reducida, sólo les permitía a las familias llevar una vida precaria. Las contadas explotaciones mineras de la zona y los abusos de los terratenientes, poco ayudaron a los núcleos pequeños de montaña. Un viajero anónimo de aquella época, hablando de Seira, escribiría: “…riqueza en ganados, 200 en vacuno, 240 cabrío, 1.210 lanar y 115 de cerda; un molino harinero capaz de 300 kg diarios; 13 hornos capaces para 500 kg diarios; una fuente; producción, trigo, patata y judía, déficit en trigo y exceso en patata”. Con todo ello, es fácil comprender que una gran parte de la fuerza humana varonil iba a desplazarse a las grandes ciudades, para buscarse un futuro en las obras de construcción (carreteras, puentes, pantanos y viviendas), protagonizando el primer éxodo laboral del campo a la ciudad de nuestro país en los tiempos contemporáneos; mientras que las mujeres y niños tendrían que mantener la producción de las tierras y el mantenimiento de los ganados. Y con las carreteras, se produjo el gran cambio. Miles de obreros procedentes de todos los rincones de la geografía hispana, pasaron por estos valles buscando Capdella, en el Pirineo catalán, cerca de La Pobla de Segur, donde ya se estaban iniciando las obras de una importante central hidroeléctrica. José Antonio Cubero recuerda que, muchas de estas personas, por su estado precario, tuvieron que ser socorridas por el Ayuntamiento. El Canal de Aragón y Cataluña fue la primera gran obra llevada a cabo en el Pirineo de Huesca, atrayendo a miles de obreros. Las obras del embalse de Peña, cerca de Ayerbe se iniciaron en 1904; esta singular obra, modelo de organización, atrajo a renombrados maestros canteros de Lugo. Pero estos trabajadores, tras finalizarse las tareas del canal, y mientras culminaban las obras del pantano, en 1912, tuvieron que buscar trabajo en otros proyectos, no menos ambiciosos: en Seira (S.G.F.H/ Catalana de Gas), Capdella (Energía Eléctrica de Cataluña), Serós (Riegos y Fuerzas del Ebro) y el ferrocarril Zuera-Canfranc, que, según, Cubero, complicó la estabilidad de los trabajadores en los tajos. Y es entonces, al contarse con diferentes frentes de trabajo de gran envergadura, y los pasquines de anuncios de ofertas laborales tanto a grupos de obreros como a personas en solitario, cuando comenzaron a producirse los primeros altercados, por la búsqueda de trabajos mejor remunerados. Las extremas condiciones climatológicas en estos valles del Pirineo hacían las jornadas de trabajo toda una quimera, por las bajas temperaturas, nieves, vientos y frío. Las patrullas de la guardia civil intentaban poner orden. Las empresas, para animar una estabilidad laboral, comenzaron a incentivar las horas extras; esto hizo alargar las temporadas, y en los meses de verano, muchos de estos obreros ayudaban en las tareas agrarias. Seira En junio de 1913, el “Diario de Huesca” publicaba un anuncio de Catalana de Gas y Electricidad, buscando “peones, carpinteros y canteros”. Todos los interesados tuvieron que dirigirse a Graus, hasta que culminasen las obras de las oficinas de Seira, entre las cuales el chalet de Don Federico, así como los talleres y demás centros de producción. Y, una vez terminadas las instalaciones, Seira recibiría a lo más granado de los profesionales de diferentes sectores de la geografía aragonesa; sabemos el caso del joven José María Aventín, de la vecina localidad de Santaliestra, quien aprendió de su padre el oficio de carpintería, y a quien debemos los ejemplares trabajos de ebanistería que conserva la Colonia. A finales de ese año comenzaron oficialmente los trabajos de la Central Hidroeléctrica. Según algunas crónicas, fueron unas 2.000 las personas que trabajaron en Seira; pero Cubero considera que debieron de ser muchas más; aunque es difícil de concretar el número, porque se produjeron grandes fluctuaciones. Sabemos que en mayo de 1914, se declararon en huelga unos 300 obreros, aunque desconocemos los motivos; para resolverlo, un piquete de la guardia civil permanecía en la zona hasta que el conflicto se acabara. La huelga de Seira no debía ser muy diferente de la que, coetáneamente, se había pronunciado en Capdella, quienes, gracias a ella, consiguieron algunas mejoras en las duras condiciones de trabajo; Cubero nos facilita el informe redactado: “Cambiar la paja de los dormitorios, separar el espacio de la cocina al destinado a los dormitorios y poner, en estos últimos, ventanas”; se trataba de una de las nueva cláusulas que habían conseguido. Es preciso recordar que en Seira se desarrollaban jornadas “de sol a sol” en los meses invernales; es decir, desde las siete de la mañana, hasta las cuatro horas y treinta minutos de la tarde, disponiendo de treinta y cinco minutos para almorzar y una hora para comer; mientras que la jornada durante los meses estivales era desde las cuatro horas cuarenta y cinco minutos de la mañana, hasta las siete horas quince minutos de la tarde, con cuarenta minutos para almorzar, dos horas para comer y treinta minutos para merendar… Para incentivar la fidelidad de los obreros, en 1917, desde la Administración de la colonia de Seira se acordó abonar, en concepto de primas, el importe del billete de “jornalero” (de ida y vuelta), desde la estación ferroviaria de Barbastro, y también los billetes de autobuses que enlazan la capital del Somontano con Seira, a través de Graus; siempre que hubiesen trabajado 13 jornales la quincena durante el trimestre. Si lo habían hecho, las 3,50 pesetas del jornal diario de un peón, se podían convertir en 4,66 pesetas. Pero no estamos hablando de un trabajo fácil. Los obreros de Seira, al igual que sucedía en otras centrales hidráulicas de España y del resto de Europa, estaban sometidos a una gran presión, debido a las precariedad de los trabajos y los constantes peligros producidos por accidentes. Y esta circunstancia se hizo todavía más angustiosa, cuando tuvieron que abrir los túneles en la montaña. Fue en 1916, cuando comenzaron los trabajos de la excavación de un túnel de nueve kilómetros de longitud a través de la roca caliza; utilizándose, para ello, compresores y dinamita. Y fue en esta actividad, donde más accidentes se produjeron, costándoles la vida a numerosas personas. No es una causalidad que, a diario, en los periódicos de entonces se insertaran anuncios pidiendo desesperadamente “mineros y peones”; y, más tarde, “barreneros y peones”. Después, la demanda se concentró en albañiles; pero siempre la necesidad de peonaje. Mientras tanto, hileras interminables de mulas y burros, sobre terrenos de barro, o polvorientos, según la temporada, secundadas por acemileros y formando brigadas, desplazaban al lecho del río, o bien al sector inferior de la colonia para otras construcciones, las toneladas de roca y tierra que se iban extrayendo de la montaña. Imágenes que han quedado muy bien recordadas en fotografías de época, que el visitante al Museo de la Electricidad de Seira puede admirar. Aunque la gran mayoría de los obreros de Seira eran españoles, también se contó con la colaboración de trabajadores llegados de diferentes lugares de Europa (Suiza, Italia, Alemania, Francia), por la naturaleza de los accionistas de la empresa. En una crónica de aquellos tiempos, recogida por Daniel Larramona Campo, regidor de Cultura del Ayuntamiento de Seira, narra un curioso episodio: “Ha enviado el Gobierno otra expedición de golfos, recogidos en las calles de Madrid, con la pretensión de que trabajen en las obras de Riegos del Altoaragón…, muchos de ellos, ancianos e imposibilitados. Algunos de los golfos regresaron a Madrid el mismo día, y los útiles para el trabajo, en vista de los escasos jornales que se pagan en las obras de riegos, han marchado a El Run, donde les pagan más elevados jornales en las obras de la Compañía Catalana de Gas y Electricidad”. Recordemos que el salto de El Run, a pocos metros de la colonia de Seira, fue un proyecto paralelo, en cuya cascada se obtenía una importante energía que enriquecía la de la Central de Seira. Con la construcción y puesta en marcha de la Central Hidroeléctrica, el salto de El Run y la Colonia, en Seira se establece un nuevo modelo arquitectónico de marcado aire alpino, muy distinto al tradicional de las viviendas de la Ribagorza. Y, paralelamente, también se produjo un cambio radical en el paisaje del lugar, con el aumento de población foránea. Todo ello derivaría a un nuevo patrón socio-cultural, diseñando a lo largo del siglo XX una nueva y moderna identidad local, como recuerda José María Palacín Fumat, alcalde de Seira. Las instalaciones de la Central y la Colonia Al llegar a Seira, viniendo de Campo, el viajero no tardará en asimilar un aire diferente en la atmósfera, gracias a las construcciones que, a una banda y otra de la carretera, fueron surgiendo hace un siglo, como elementos esenciales de la vida en una Colonia Industrial de alta montaña. Lo primero que llamará su atención son los centenarios ejemplares de árboles (secuoyas, tejos, abetos…), que se alzan entre los chalets modernistas, que formaron parte de las instalaciones de la explotación de la Central. Aconsejamos que deje aparcado el coche frente al Ayuntamiento, porque en los bajos se encuentra el Museo de la Electricidad, en cuya vista podrá comprender la profunda transformación que este valle sufrió a consecuencia de la creación de la Central Hidráulica; no falta una selección de piezas (un rodete de turbina Francis, un reóstato, diferentes tipos de transformadores, turbinas, paneles de mando, voltímetros, un carro de tracción animal utilizado en las brigadas de obras de la compañía, dinamos, cableado, etc.), junto a una colección de fotografías de época, pertenecientes al Fondo Histórico de FECSA-Endesa y al Archivo Patrimonial del Ayuntamiento de Seira. Al lado de la Casa Consistorial se encuentran los edificios residenciales, de agradables diseños alpinos, donde tenía su residencia el ingeniero jefe, cuya figura no tardaría en emparentarse a la mentalidad popular con las demás representaciones del poder local, junto al alcalde, el médico, el médico o el farmacéutico y el militar… Siguiendo el orden de visita, y siempre en dirección norte, sobre la ladera de la montaña que se alza a la derecha de la carretera, se encuentra la iglesia parroquial; templo que se construyó para cubrir las necesidades espirituales de los habitantes de la colonia. No debe confundirse con la iglesia románica, que se halla en el casco medieval de Seira. A pocos metros de la iglesia están los barracones, ya en la parte alta de las instalaciones de la Colonia, edificios de estructura corrida, en donde se alojaban los obreros solteros; mientras que los casados vivían en viviendas unifamiliares de modesto tamaño. La casa de los baños también puede visitarse, en ella se garantizaba la higiene de los habitantes de la Colonia. Ya en la acera opuesta de la carretera, verá unas construcciones también de comienzos del siglo XX, en las cuales se hallaba el Círculo recreativo, donde se reunían los obreros; eran el tradicional Café-tertulia, con escenario para representaciones teatrales y con máquina de proyección de películas. Establecimiento que se mantiene con carácter de cafetería-restaurante, que ofrece una tentadora carta de cocina tradicional del Alto Aragón. Y, finalmente, las poderosas instalaciones de la Central hidroeléctrica. Edificio construido entre 1914 y 1918; la inauguración de esta Central supuso la implantación en España de la línea de alta tensión más larga y potente de Europa. La gigantesca obra arquitectónica, a pesar de su tamaño, evoca la recreación de una basílica medieval; el interior responde al modelo de fábrica en nave, un gran espacio en planta rectangular que alberga un recinto unificado y amplio de muros abiertos con grandes vanos uniformemente dispuestos; mientras que en el exterior, los muros de piedra están apoyados en pilastras adosadas entre los huecos a modo de contrafuertes. En la planta central interior, las enormes turbinas, protagonistas de la transformación industrial que se vivió en este valle. El complejo hidroeléctrico se completa con diferentes dependencias anexas que albergaban los talleres y oficinas necesarios para el control de la Central. Y, a pocos metros, en la zona alta, los conductos que bajan el agua desde las presas superiores de la montaña, protagonistas de este milagro.