LLEBÁ EL CALDO A LOS NOBIOS

Hoy ya nadie que tenga un mínimo conocimiento de historia, cree que ésta sea una relación de gestas bélicas de reyes y gobernantes. No obstante, sí damos una extremada importancia a los hechos políticos y económicos dejando a un lado, quizás,  los hechos culturales; entendiendo por culturales no solamente los que provienen de sabios, pensadores, filósofos, científicos y artistas, sino también los folclóricos que son, al fin y al cabo, los que definen el carácter y la personalidad de un pueblo.

-¡¡Fernando se casa!!

-¡ No me jodas!

-Si

Miremos la importancia que han tenido las cosas sencillas en la conservación del patrimonio cultural. Los conocimientos que tenemos de la más remota antigüedad nos vienen de los materiales y utensilios que utilizaban. Ellos nos hablan de sus costumbres A la tarea paciente y callada de los monjes recopiladores de textos debemos hoy el placer de gozar de los clásicos griegos y romanos. La continuidad del hecho teatral se ha salvado más de una vez por la tenacidad de grupos populares que han sabido mantener ese rescoldo que hizo encender el fuego del teatro.
-Pues cuan tórnen del biache de nobios tendrén que llebales el caldo
-¡Cllaro!
Digo esto porque estoy convencido de la importancia de ese latido popular, no solamente desde el punto de vista folclórico, sino también desde un ángulo científico. Todo el mundo conoce o ha conocido personajes curiosos, intrigantes y entregados a una tarea no por humilde menos importante; son gente que busca datos perdidos, que controla la meteorología de una comarca, que colecciona monedas, utensilios, que labra la tierra, que ordeña sus vacas, que reza, que enseña, que vive y que ama, que construyen la Historia.
-Ombre,¿ ya ez beniu?¿A on tiens la mullé?
-Pero, ¿Cómo se t` ocurre?
-Ya beyez.
Y todos ellos son gente que ha quemado horas y horas, tardes de invierno, madrugadas de verano, cultivando una ilusión. Gente chalada, que tienen los aparadores recónditos del alma repletos de recuerdos y vivencias, que nadie puede tocar. La mayor parte de las veces son unos incomprendidos y su obra acostumbra a ser destruida, como se destruyen siempre aquellas poesías de juventud, que posiblemente no tengan gran valor literario pero sí un gran precio de época, un gran valor sentimental.
-Aquí tos presento a la mullé.
-Hola, ¿cómo estáis?
-Ben, muy ben.

Cuentan que el padre de un célebre escritor, cuando veía que su hijo escribía y escribía sin parar, decía: “No puede ser que todo sean bestiezas. Alguna cosa aceptable debe poner”

Yo también pienso así. No todo lo que se ha venido haciendo siempre debe ser malo.

-Ista nuei les llebarén el caldo als nobios.
-Benga, ba.

Es preciso compartir las costumbres comunes, con tal de que sean humanas y

 honestas, sobre todo si queremos que se nos comprenda y acepte. Especialmente ahora, cuando el encuentro con el prójimo parece hacerse más arduo.

            Fernando y su mujer despiertan a las tantas ya del alba, sorprendidos por una algarabía que en un momento y, sin saber cómo, se ha formado alrededor de su cama.

Allí están todos, con caras de maliciosa picardía, con los disfraces transparentes del médico que pronto tomará el pulso de los acontecimientos que se avecinan, siempre con la mayor de las simpatías.

            La novia, entre tanto, aunque previamente adoctrinada por el marido, no puede apartar de su rostro la mueca petrificada que le produce ese sentimiento ambivalente en el que se mezclan la aversión y la simpatía, la hostilidad y la benevolencia. 

            Un amigo con traje morado, se abrirá paso entre la multitud. Con caminar inestable acercará hasta la cama una bandeja con los correspondientes muslos de pollo y dos tazas de caldo.

De pie, encima de cama ofrecerá el presente a los novios con la intención de que recuperen unas fuerzas que se consideran perdidas tras el viaje de novios y que hoy, más que nunca, van a volver a necesitar.

            Mientras dura el frugal resopón, los más atrevidos primero y todos después, se acercarán al lecho conyugal.

            Un médico, bomba de bicicleta en ristre, empezará a tomar la temperatura de la novia. Después con un estetoscopio construido con dos tazas unidas por sus asas con  una servilleta, auscultará el pecho de ella. Poco después se le receta un análisis de orina, allí y ahora, en el orinal.

            Rojo el rostro, ella interrogará con la mirada al marido que, por otra parte no corre mejor suerte.

            Con una albera de considerable tamaño colocada en su axila, espera el dictamen del simpático médico que ya no para de examinar por todas partes a la avergonzada novia.

            Alguien, después, saca una bolsa de sal con la que le frota la nuca y que se extiende por todas partes. Otro empieza a vendarles con papel higiénico. Un tercero empezará a saltar en la cama haciendo caer al portador del caldo que se derrama grasiento sobre el traje y las sábanas. La albera abandona tan incómodo lugar y va a caer en los dedos del pie del sufrido esposo. Alguien tira del colchón hasta darle la vuelta.

Cama, habitación y casa quedan patas arriba.
-Mecagonla.
-Benga, mon` ín.
-No, no, esperatos.
-Benga, ombre. Ya está ben.
No se sabe el tiempo que ha pasado. Para los novios, horas; para los demás, segundos. Quizás ya despunte el día.
-Uf, menos mal. ¿Qué costumbre es ésta?
-Pues muy sencillo. Siempre se ha hecho así. A partir de ahora ya puedes considerarte verdaderamente amiga de todos. Ya eres, también, del pueblo. Ha sido una demostración de amistad. A partir de ahora ya puedes entrar en sus casas, como ellos lo han hecho en la nuestra, sin vestirte con un uniforme, sin someterte a la recitación de un Corán, sin renunciar a nada de tu patria interior, porque lejos de menoscabarte, te engrandecerán. Todos los que estaban aquí y todos los que faltaban, acaban de convertirse en amigos, en esos amigos seguros y verdaderos, amistad hecha con fuerza, como los muros de antes: seguros y firmes, que no necesitan reparación y que estarán siempre dispuestos a servirte de abrigo, protección y refugio.
Hoy, más que nunca, se hace necesario que un potente sentido de comunidad empape nuestras vidas cotidianas. Un pueblo es una apretada comunidad de amistades y trabajos. Y cuando el sentido comunitario empieza a faltar va quebrándose, poco a poco, el latido profundo que denota la existencia de vida. Y nosotros, ¡Dios mío! ¿acabaremos por tirar al Barranco aquellos artefactos que construyó nuestro abuelo creyendo que no servían para nada? ¿Y las postales, las fotos, los cuentos contaos, la sabiduría que da la experiencia, las vivencias transmitidas, los juegos y los juguetes irán a parar también en la basura el día que las nuevas generaciones hagan limpieza general?
José Mª Martínez